El Santo Padre Benedicto XVI el 10 de mayo de 2012, en audiencia concedida al Cardenal Angelo Amato, Prefecto, autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos la publicación del oportuno decreto de martirio de los Siervos de Dios Raimundo Castaño González y José Mª González Solís, que se convirtieron así en «Venerables», en espera de la fijación de fecha para la beatificación. Ya en el pontificado del Papa Francisco y hacia el final del «Año de la Fe», se ha decretado que sea el domingo 13 de de octubre de 2013, el día en que se celebre en Tarragona su beatificación, junto con 520 mártires de la persecución religiosa del siglo XX en España.
Entre los fieles seguidores de Cristo por el camino de la profesión de los consejos evangélicos en la Orden de Santo Domingo, que prefirieron padecer la persecución y entregar su vida antes de negar al Señor, se cuentan estos dos sacerdotes de la Orden de Predicadores: fr. Raimundo Joaquín Castaño González y fr. José María González Solís. Ellos, en medio de la persecución religiosa desatada en España entre los años 1936-1939, aceptaron sufrir torturas, vejaciones, humillaciones y hasta la muerte antes de abandonar su fe. Por el contrario, la defendieron y proclamaron abiertamente ante sus verdugos, y hasta convirtieron el lugar de la prisión —un barco fondeado en la ría de Bilbao— en campo de apostolado, que ejercieron infatigablemente y con ánimo sereno entre los demás detenidos. Asociados en una misma vocación cristiana, religiosa y sacerdotal, permanecieron unidos y confortándose mutuamente hasta el momento de recibir la corona gloriosa del martirio.
1.- Raimundo Joaquín Castaño González, sacerdote de la Orden Dominicana. Nació el 20 de agosto de 1865 en el barrio de Oñón, de la villa de Mieres, en el Principado de Asturias (España), y el mismo día en que recibió el regalo de la vida fue agraciado con el don del bautismo. Brilló desde la infancia por su buena disposición e ingenio despierto, que comenzó a cultivar en una escuela de la ciudad de Oviedo. Pronto dirigió sus pasos hacia el Seminario diocesano, que se hallaba entonces en el antiguo convento de Santo Domingo. Completados los estudios humanísticos, pidió el ingreso en el noviciado Dominicano de Corias, en la misma región de Asturias. Transcurrido el año de noviciado hizo la profesión religiosa el 5 de noviembre de 1881. Después estudió filosofía y teología y, ordenado ya de diácono, lo enviaron al colegio de San José de Vergara (Guipúzcoa). Formando parte de esta comunidad educativa fue aprobado para ordenarse de presbítero el 14 de septiembre de 1889. Recibió, en efecto, el presbiterado el 21 de septiembre de 1889 en el oratorio del palacio episcopal de Vitoria, de manos del prelado diocesano Mons. Mariano Miguel Gómez. En septiembre de 1890 lo autorizaron también para que realizara el primer examen de confesor, y lo verificara en el «venerable» convento de San Román de Tolosa (Francia).
Bien dotado para la enseñanza permaneció un tiempo en el mencionado colegio de Vergara con generosa entrega a la educación de la juventud. Después lo enviaron al convento de San Pablo de Palencia para que se dedicara a la predicación, vocación que sentía muy viva.
Restaurada la provincia de Andalucía o Bética en 1897 dio su nombre para la misma y pasó a Zafra (Badajoz). Allí se hallaba en 1898 como integrante de la casa de formación, que comprendía unos 60 miembros, tal como escribía él mismo al Socio del Maestro de la Orden, fray Jerónimo Coderch. Por entonces desempeñaba asimismo el cargo de Secretario del Prior provincial, fray Paulino Álvarez. Fue de igual modo Ecónomo o Síndico de la nueva Provincia. En 1900 poseía ya el título de Lector, que le facultaba para la enseñanza en los centros de estudios superiores de la Orden.
En 1902 estaba en el convento de Cuevas de Vera (Almería), adscrito al colegio de Nuestra Señora del Carmen, que regentaba la comunidad, y donde había enseñado con anterioridad el hoy Siervo de Dios fray Fernando de Pablos Fernández.
En nombre del Prior provincial recibió en 1903 para la Orden la iglesia de San Agustín de Córdoba. En 1905 pasó al convento de Santo Domingo de Almería, donde los religiosos atendían el Santuario de Nuestra Señora del Mar, patrona de la ciudad. En 1907 era Prior del convento de Santo Domingo de Jerez de la Frontera, que tenía unos diez religiosos de comunidad. Como Prior de este convento asistió al capítulo provincial que se celebró en abril de 1907. En él fue elegido Definidor e hizo de Actuario del mismo. Un año antes, el 11 de abril de 1906, había formalizado su transfiliación, de la Provincia de España, a la de Bética.
En 1907 fue nombrado Vice Regente del Estudio de Almagro, comunidad ya numerosa, con más de 50 profesos, y algunos niños formándose en la Escuela Apostólica. Comenzó a enseñar materias teológicas, Sagrada Escritura e Historia de la Iglesia, principalmente. En este tan importante convento convivió con varios futuros mártires de la persecución religiosa en España, entre otros, los Siervos de Dios fray Ángel Marina, fray Natalio Camazón, fray Juan Aguilar, fray Fernando Pablos.
En vistas a la restauración de la provincia de Portugal fue enviado en 1910 con otros dos hermanos a Viana do Castello, en el territorio de la antigua Provincia de Lusitania, bajo la autoridad de fray Domingo M. Fructuoso, Vicario general, y en comunicación con fray Maximino Llaneza, de la Provincia de España. El proyecto no pudo desarrollarse a causa de la revolución portuguesa.
Al año siguiente, sin embargo, pasó al Santuario de Nuestra Señora de las Caldas de Besaya (Santander), reintegrándose así a su Provincia de origen, que era la de España. En 1915 formaba parte de la comunidad de San Pablo de Valladolid, donde estuvo hasta enero de 1922. Lo eligieron entonces Prior de San Pablo de Palencia. Volvía por segunda vez a aquel convento. En este mismo año, 1922, le otorgaron el título de Predicador general, y le nombraron Cronista de la provincia.
En 1927 moraba en el convento de Nuestra Señora de Atocha, en Madrid, y al año siguiente en la Vicaria del monasterio de Santa Catalina, en la calle Mesón de Paredes, asimismo en la capital de España, donde por un tiempo coincidió con fray José María González Solís. Recibió el encargo de gestionar asuntos de la Provincia ante la curia diocesana de Madrid.
En 1930 era conventual de Santo Domingo de Oviedo, en cuyo recinto, como se ha dicho, realizó en su niñez estudios propios del Seminario sacerdotal. En 1932 fue nombrado Vicario de las monjas Dominicas de Quejana (Álava). Continuó allí hasta su apresamiento, asignado primero al convento de Oviedo y, finalmente, al de San Esteban de Salamanca.
Poseía grandes cualidades para el apostolado y las desarrolló en forma de misiones populares, ejercicios espirituales y otras formas de predicación por numerosas regiones de España. Su ministerio, que proyectó con frecuencia hacia los sacerdotes, brotaba de la oración, el estudio, la vida regular y penitente. Acudían a él muchas personas de toda condición social en busca de dirección espiritual, y trató también a los reyes de España Alfonso XIII y a su esposa María Cristina. Se mostraba caritativo para con los pobres. Manifestaba su convicción de que «lo que se da por la puerta retorna por la ventana». Era afable en el trato, optimista, alegre, muy devoto de la Eucaristía, del Sagrado Corazón de Jesús y de la Santísima Virgen del Rosario. «Todo le cansaba, menos el Sagrario», solía decir.
Acostumbraba a rezar el Oficio divino delante del Santísimo Sacramento, gran parte del mismo arrodillado. Se preparaba durante una media hora para la Santa Misa y dedicaba, después, largo rato para la acción de gracias. Aseguran que antes de predicar se procuraba siempre un guión de los puntos que pretendía exponer. Confesaba a muchos sacerdotes y organizaba retiros espirituales para los mismos. Además de recitar él las tres partes del Rosario, rezaba una cuarta acompañado por personas del entorno de la Vicaría del susodicho monasterio de Quejana.
Era muy metódico y puntual. Gozaba de buena salud, y trabajaba mucho, sobre todo en la tarea de escribir. Editó un manual de oratoria sagrada orientado a formar buenos predicadores. Publicó sermones y una biografía de Santo Domingo. Tradujo del francés al castellano las Obras Completas de fray Henri Dominique Lacordaire, O.P.. Se publicaron dichas obras en Madrid, en la Editorial «Voluntad», y en la de «Bruno del Amo». Fue un luchador infatigable. Hablaba poco y oraba mucho, y se dedicaba a la traducción de libros con mucha intensidad. Lo observaban escribiendo sin descanso.
2.- José María González Solís, sacerdote también de la Orden de Santo Domingo, nació en Santibáñez de Murias (Aller – Asturias), el 15 de enero de 1877. Fue bautizado el mismo día en la iglesia parroquial de Santa María. Ingresó en el noviciado dominicano de Corias (Asturias) el 2 de enero de 1893, y realizó la profesión religiosa el 3 de enero del año siguiente. Recibió el presbiterado en la iglesia de San Esteban de Salamanca el 10 de marzo de 1900.
Fue destinado al colegio de San José de Vergara (Guipúzcoa), donde impartió disciplinas especialmente del área de las matemáticas, todo ello durante diez años. En 1911 estuvo en el Santuario mariano de Nuestra Señora de Montesclaros (Santander), y en 1912 fue Capellán de las monjas Dominicas de San Sebastián (Guipúzcoa).
A partir de 1913 volvió a la enseñanza en el colegio dominicano de Segovia. El 6 de abril de 1920 lo eligieron Prior del convento de San José de Padrón (la Coruña), no lejos de Santiago de Compostela. Este convento contaba con unos veinte religiosos. Los sacerdotes estaban dedicados al ministerio pastoral, en su espaciosa iglesia, y por diferentes zonas de Galicia. Dirigió la asociación de la «Adoración Nocturna» y la congregación de «Hijas de María».
En 1923 lo destinaron al convento de San Pablo de Valladolid, y fue también profesor de asignaturas de su especialidad. En abril de 1925 lo eligieron Prior de San Esteban de Salamanca. Sin embargo, el capítulo provincial de 1926 lo nombró Ecónomo de la Provincia, con residencia en Madrid. En este cargo permaneció hasta el final de sus días. Estuvo en la Vicaría de las monjas de Santa Catalina, en la calle Mesón de Paredes y, de ordinario, en el convento de Santo Domingo el Real, en la calle Claudio Coello, del que fue Superior. Finalmente, en de Nuestra Señora de Atocha, siempre en la capital de España, donde se hallaba asignado a la hora de la muerte.
Vivió intensamente su consagración religiosa. Era alto de estatura, muy ordenado en su vida de oración y trabajo, cuidadoso en la preparación y acción de gracias de la Eucaristía. Lo recordaron como un hombre sencillo, agradable y muy piadoso. Se dedicaba a sus ocupaciones, y hablaba solo lo necesario. En la prisión no se daba descanso cuando se trataba de la asistencia espiritual a sus hermanos.
Hacia el martirio
A la Vicaría de las monjas Dominicas de Quejana, donde ejercía su ministerio como Capellán fray Raimundo Castaño, llegó fray José Mª González Solís el 1º de julio de 1936. Pretendía reponerse de su delicada salud y predicar, después, los ejercicios espirituales del año a las religiosas. Desatada la persecución vivieron ambos serenos y en clima intensamente comunitario, hasta el 25 de agosto, en que los apresaron. Todavía el 15 de agosto de 1936, vigilado de cerca por milicianos descreídos y a pesar de la oposición de los mismos, predicó fray Raimundo Castaño con gran fervor sobre el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. Uno de aquellos escopeteros lo amenazó a continuación con matarle si hablaba de nuevo.
Detenidos, como queda dicho, el 25 de agosto los llevaron prisioneros a Bilbao y en esta ciudad los encarcelaron. Pero pocos días más tarde los condujeron al barco-prisión llamado «Cabo Quilates», que se hallaba anclado en la ría de Bilbao, entre Erandio y Baracaldo. Con verdadera saña los sometieron a malos tratos, humillaciones y burlas continuas. Quisieron obligar a los dos a que renegaran de su fe cristina y a que profirieran blasfemias. Se negaron con extraordinaria firmeza, con más énfasis si cabe fray José Mª Solís. Los dos soportaron todo con resignación, serenidad y alegría.
Algún compañero de prisión descubrió en fray Raimundo Castaño un alma pura y atrayente incapaz, no solo de hacer mal a nadie, pero ni tan siquiera de pensar que existiera alguien positivamente dispuesto a dañar a otro. Hasta que se lo prohibieron, rezaba las tres partes del Rosario con otros prisioneros. Luego lo hacía en voz baja con los que estaban cerca. Lo recordaban como persona sencilla y buena. Era la admiración de los compañeros de infortunio por sus dotes especiales. Uno de los presos comunes que hacía años que no se confesaba lo hizo con él, y después de su muerte lo vieron llorar como un niño.
Otro que estuvo asociado a fray Raimundo Castaño en la prisión, publicó en un periódico —veinte años después de los hechos— estas afirmaciones, llenas de emoción:
«A ti, Padre Castaño, debe mi alma su íntimo contacto con Dios. A ti se debe mi completa identificación con los misterios de la religión. A ti te debo el reafirmarme en mi fe, te debo el acrecentamiento de resignación cristiana a los designios de la divinidad. Con tu elevado espíritu, tu humildad inigualable, tu envidiable serenidad, ejemplar conducta, modestia y resignación, fuiste quien en la bodega número 3 infiltró la santidad hasta en los presos comunes, que para mayor vejamen hicieron convivir con nosotros las para, nosotros solo, amargas horas del barco “Cabo Quilates”. Más de uno, convirtiéndose, recibió de ti la absolución en el santo sacramento de la confesión. Tú que repartiste el lecho y abrigo, también el pan en los continuados días de forzoso ayuno, tú que sin una lamentación o queja, soportaste siempre con la frente alta y la mirada puesta en lo Alto los mayores insultos, las más procaces injurias y las más soeces actitudes con que te “distinguían” los milicianos».
En la noche del 2 al 3 de octubre de 1936 los hicieron subir a la cubierta del barco. Fray Raimundo ascendió con presteza, con las botas puestas, porque un instinto interior le impelía hacia la «liberación». Se iba a encontrar, efectivamente, con la «definitiva y plena».
En la cubierta del tristemente célebre «Cabo Quilates» fueron fusilados poco después de las 10 de la noche. Se sabe que algunos de los fusilados en esta ocasión quedaron malheridos, porque determinados compañeros de cautiverio oyeron, no solo las descargas de las armas de fuego, sino también los lamentos consiguientes, hasta que a los que gemían los remataron alrededor de las tres de la madrugada.
Enterraron sus cadáveres en el cementerio municipal de Santurce. El 18 de noviembre de 1938 los trasladaron al mausoleo de «Vista Alegre », en Derio, donde continúan hasta el presente en espera de la resurrección futura.
Desde el momento de la muerte se tuvo a estos dos hijos de Santo Domingo como mártires de la fe. Semejante fama se consolidó con el paso de los años, a medida que se conocieron más datos seguros sobre la persecución y el desenlace de sus vidas, con noticias concretas que proporcionaron determinadas personas, prisioneros un día con ellos.
Por lo cual el Obispo de Bilbao en el año 1960 abrió un Proceso diocesano en orden a su beatificación o declaración de martirio, Encuesta que finalizó en 1961. La Congregación para las Causas de los Santos reconoció la validez jurídica de este Proceso el 10 de octubre de 1997. Elaborada la Positio se debatió según costumbre y a diversos niveles sobre su martirio, obteniendo plena aprobación.
A partir del 13 de octubre de 2013 fray Raimundo Castaño y fray José Mª Solís engrosarán el ya voluminoso «Catálogo de Santos y Beatos Mártires» que enriquece a la Orden de Predicadores y que, con sus mensajes del más puro Evangelio, la invitan a seguir con fidelidad tras las huellas de Santo Domingo, que fue tan devoto de los santos mártires y él mismo deseó para sí la gracia del martirio. Ansiaba a través de él expresar el amor incontenible que sentía hacia Jesucristo y para con la comunidad humana necesitada de redención.
(Postulación General O.P., octubre de 2013)
http://www.op.org/fr/content/deux-dominicains-espagnols-bientot-beatifies
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